Lucho Bermúdez, nacido el 25 de enero de 1912, y autor de canciones como ‘Salsipuedes’, ‘Carmen de Bolívar’ y ‘Prende la vela’. /Archivo-El Espectador
Lucho Bermúdez perteneció a las bandas de Aracataca y Santa Marta, y a los 18 años decidió crear la suya propia en Chiriguaná. Después de volver a Aracataca y fundar la banda Santa Cecilia, se desplazó a Cartagena, donde, perseguido por su inquietud musical, empezó a madurar su habilidad para la composición. “Empecé a componer cuando tenía 22 años en Cartagena. Ya en Santa Marta componía algunas cositas, pero sin importancia: no trascendían. Mi primera canción en Cartagena fue Marbella. Allí también escribí Prende la vela y Las mujeres de San Diego”.Muchos estudiantes de secundaria hoy no recocen el nombre de Lucho Bermúdez, ni tienen idea de que el maestro tocaba el clarinete ni mucho menos de cuán famosos fueron sus solos, que desplegaba en medio de conciertos con grandes orquestas como la de jazz de Benny Goodman, también clarinetista y una de sus grandes influencias. Sin embargo, todos cantan, casi como himno, la letra de Colombia, tierra querida y bailan alegres al son de Prende la vela o de Carmen de Bolívar. Lo que se cuela debajo de la piel cuando se escucha la música de Lucho Bermúdez no es más que la definición de identidad.
En Cartagena, en 1939, formó la Orquesta del Caribe, al mismo tiempo que dirigía la de la Emisora Fuentes y la A Número 1, de José Pianetta Pitalúa. Allí conoció al cantante cubano Miguelito Valdés, una importante figura de la historia de la música, que había viajado con la orquesta Casino de la Playa, la cual alternó con la del Caribe en el club La Popa. Valdés llevó a Chano Pozo a Nueva York y en septiembre próximo también estaría cumpliendo 100 años. Grabó formidables versiones de Danza negra, Prende la vela y Gloria María. Cartagena fue suficiente impulso para que el maestro Bermúdez se trasladara a Bogotá y allí conquistara con porros, gaitas y cumbias a un público acostumbrado a la mesura de los pasillos y bambucos. Su presencia en la capital fue un hecho extraordinario y a la vez paradójico. Si bien su orquesta se presentaba en los hoteles y clubes más elitistas de la ciudad, su música cargaba un mensaje de inclusión y daba prestigio a la música indígena, negra y blanca por igual. Al maestro poco le importaban las exclusividades; su principal preocupación era hacer buena música, hermosas melodías y arreglos grandiosos con cadencias sensuales.
En materia de amores, se puede contar que estuvo casado con Ledda Montes, con quien tuvo su primer hijo, y luego con Matilde Díaz, una unión recordada por su significado musical. Junto a ella hizo un viaje a Buenos Aires, Argentina, en 1946, donde armó una gran orquesta con el cantante cartagenero Bob Toledo. Grabó con el sello RCA Víctor temas como Danza negra, Buenos Aires y Caprichito. De su unión con Matilde Díaz nació Gloria María, a quien Bermúdez le compuso la cumbia del mismo nombre. Por último, se unió a Elba Gallo y tuvo dos hijos. Patricia, la mayor de este matrimonio, toca el clarinete, como su padre. Con ellos vivió hasta sus últimos días.
Otro viaje fundamental para Bermúdez fue a La Habana. Músicos como Bebo Valdés recordaban que a raíz de un arroz con coco que Matilde Díaz cocinó para él, el primero que comió en su vida, le puso título a una de sus composiciones: Con poco coco. Bermúdez y Valdés interpretaron el tema Prende la vela en la película Mi papá tuvo la culpa (1953). Allí, en una escena, mientras la actriz Meche Barba baila sobre una tarima simulando que canta, se escuchan de fondo la voz de Matilde Díaz y la orquesta de Valdés bajo la dirección de Bermúdez. Algunas fotos evidencian, también, un encuentro con Celia Cruz, quien grabó una versión del tema Salsipuedes (compuesta en 1949) con el maestro Ernesto Lecuona, que fue quien lo invitó para participar en el Festival de Música Latinoamericana de La Habana y, además, quien prestó su orquesta para que el maestro grabara algunos temas.
La lista de sus viajes incluye una gira por México, país en donde grabó alrededor de 80 discos. Fue a Venezuela, Costa Rica, Ecuador, y su orquesta se presentó incluso en distintas ciudades de los Estados Unidos, como Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, Miami, Las Vegas y Washington.
Si alguien quisiera hablar de la nueva música colombiana tendría que empezar por Lucho Bermúdez, un verdadero innovador. Con ayuda de las influencias de la música africana, el jazz, la música brasileña (escuchar ritmos como el baião hacen pensar en una influencia directa, aunque podría ser casual) y otros. Actualmente, los rastros de su herencia se evidencian en las infinitas reinterpretaciones de su música, que músicos jóvenes han usado como inspiración. El grupo bogotano Frente Cumbiero se basa, precisamente, en la traducción que hace el maestro de la cumbia, hasta convertirla en lo que llaman “cumbia de salón”. El cantante Juan Carlos Coronel le dedicó el disco Un maestro, una voz y Francisco Zumaqué hizo un importante trabajo de orquestación de la obra de Bermúdez.
Existe, también, una curiosa versión del tema San Fernando hecha por la agrupación Ska Cubano, que retituló el tema con el nombre del grupo. El maestro Lucho Bermúdez fue especialista en la composición de himnos populares: para el Carnaval de Barranquilla, Joselito Carnaval; para el país, Colombia, tierra querida y hasta uno para el cuerpo: Prende la vela. Carmen de Bolívar fue su homenaje al pueblo donde nació, “una canción demasiado hermosa para un pueblo como éste”, como dijo alguna vez uno de sus vecinos, indagado por el paradero de Bermúdez.
Su caso es análogo al del maestro Duke Ellington. Ambos estuvieron preocupados por vestir de gala a la música popular, por reivindicar sus condiciones poco privilegiadas siendo los mejores en la música, pero sobre todo, por trazarla con la más bella arquitectura y pensarla en un estadio inmortal.