BOGOTÁ.— “Doctora, ese color de pelo no me gusta”, le dijo a Angélica el
Descuartizador, un conocido paramilitar de Norte de Santander. Cuando la volvió
a ver, se acercó y exclamó: “No me gustan ni su blusa ni su pelo”.
“Yo tenía el cabello azul... Empezó a hostigarme y a enviarme mensajes. Me
tocó dejar mi trabajo y volver a Bogotá”, recuerda Angélica, trabajadora social
de una de las organizaciones de mujeres. Este control que ejercen los grupos
armados ilegales en varias regiones del país, donde las mujeres no pueden usar
la ropa que quieren, las obliga a desplazarse.
Incluso, un informe de la Mesa de Trabajo Mujer y Conflicto Armado señala que
en Arauca “a las niñas que les gusta ponerse ombligueras les ‘rayan’ el
abdomen”. “Y si, por desgracia, sobre alguna mujer recae una sospecha de
infidelidad, los hombres de estos grupos las golpean, las violan o las matan”,
afirma Angélica.
“Una vez, a una de ellas la empalaron porque supuestamente le había sido
infiel a su esposo. Y la colgaron con un letrero que decía: ‘Esto les pasa a las
perras que son infieles’“, cuenta.
En su Registro Único de Población Desplazada —RUPD—, Acción Social da cuenta
de la existencia de un millón 950 mil 152 mujeres desplazadas en el país.
El 37% de ellas ha huido de sus lugares de origen por amenazas de muerte o
maltrato psicológico y el 30% por abuso sexual.
La guerrilla, los ‘paras’ y la Fuerza Pública son los mayores responsables
del desplazamiento.
La encuesta en zonas marginadas, hecha este año por Profamilia, señala que la
amenaza a la seguridad personal, el destierro y el asesinato de hijos son las
principales razones para que las mujeres dejen sus lugares de origen.
Las mujeres afrocolombianas e indígenas son el grupo más vulnerable al
desplazamiento y entre las zonas más críticas están Buenaventura (Valle), El
Carmen de Bolívar (Bolívar), Turbo (Antioquia), Tierralta (Córdoba), Tumaco
(Nariño) y Riosucio (Chocó).
De esta última población huyó Nadia, en agosto del 2006, con su esposo, un
hijo de 4 años y tres meses de embarazo. “Vivíamos tranquilos. Nos dedicábamos a
la pesca... Pero los grupos armados nos amenazaron de muerte y tuvimos que huir.
Nos querían convertir en informantes y no quisimos. Llegamos a Bogotá sin nada”,
dice la joven, de 27 años, hoy líder de una organización que trabaja por los
derechos humanos de otras mujeres vulnerables.
Tuvo que vender dulces en los autobuses para sostenerse, mientras su pareja
trabajaba en obras de construcción. Debió afrontar una doble discriminación por
ser desplazada y negra, y su bebé de 3 meses de nacida murió por “negligencia
médica”, afirma.
Diferentes motivos
Pero las mujeres también se desplazan por miedo a que recluten a sus hijos,
por tener un familiar en un grupo armado, por chismes, por su opción sexual o
por ejercer la prostitución.
Las mujeres prefieren dejar sus casas y sus raíces porque “las obligan a
barrer las calles desnudas como una manera de humillarlas frente a su familia y
comunidad... También las violan delante de su esposo o compañero”, señala Saskia
Loochkartt, oficial de servicios comunitarios de la Agencia de la ONU para los
Refugiados, Acnur.
En el Meta, recuerda Angélica, hubo un caso muy difícil: una familia se
quebró por pagar de forma continua “vacuna” a la guerrilla. Un día, se negó a
darle más dinero y seis guerrilleros violaron a la niña de 13 años frente a su
hermano y padres. “Pasan por las puertas amenazando con violencia sexual si no
les dan lo que quieren”, dice.
Según la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, Codhes,
“la violencia sexual se puede presentar antes, durante y después del
desplazamiento y no necesariamente por actores armados; también se da por
violencia intrafamiliar y por vecinos”. Bogotá, Medellín, Santa Marta y
Sincelejo son las ciudades que más desplazadas reciben, de acuerdo con Acción
Social.
Según la encuesta de Profamilia, “las mujeres perciben que, con relación al
sitio en donde vivían antes del desplazamiento, las condiciones del entorno
están más deterioradas social y ambientalmente”. Los estudios concluyen que la
mujer desplazada tiene una alimentación precaria, no conoce sus derechos, no
tiene asistencia en salud y tiene pocas posibilidades de empleo.
Y cuando lo consigue, su opción es ser empleada doméstica.